Características principales
Algunas de estas
características son comunes con las restantes flautas de tres agujeros del Foco
Occidental español, pero trataremos de resaltar aquellas que identifican con
mayor intensidad a la flauta maragata.
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La flauta maragata está hecha casi siempre en su totalidad de
madera, muy torneada sobre todo en la parte de la cabeza, de modo que no suele
presentar casi nunca metal ni asta de toro (excepcionalmente en el bisel o para
reforzar la parte final o la embocadura). Por
esa misma razón, ya se puede deducir que no tiene virolas (aros transversales
de asta o metal, típicos de la gaita charra). Es una flauta más ligera y
esbelta que la
gaita charra, y en general muy manejable y cómoda de tocar. Algunas de las
maderas más utilizadas son urz, boj, saúco, nogal, fresno, castaño y encina.
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Cerca del extremo inferior también presenta un canalillo
circular torneado, donde se aplican los dedos anular y meñique (generalmente de
la mano izquierda) para sujetar la flauta, de modo que no utiliza ningún
accesorio tal como aros o cadenas de sujeción, como suele suceder en el txistu
o en la gaita charra. El agujero posterior se tapa con el pulgar, y los dos
anteriores, con los dedos índice y corazón de la misma mano. En la flauta
maragata, el dedo meñique nunca se coloca en el extremo del tubo de la flauta,
sino en el citado canalillo, en una postura que no permite tapar el orificio
final, práctica habitual, por ejemplo, en el txistu.
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La longitud de la flauta maragata varía dependiendo del artesano
constructor y según el propio instrumento, lo que hace que su tono fundamental
sea muy variable, generalmente alrededor de la nota LA y unos 40 centímetros de
longitud total, siendo frecuentes notas intermedias y desafinadas con respecto a
la frecuencia normalizada actual de LA =
440 vibraciones por segundo. Trataremos esta cuestión más adelante.
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Del mismo modo, la distribución de los agujeros suele ser
aproximada, no fija. Por ello, no guarda generalmente una proporción exacta la
distancia de los distintos agujeros entre sí ni con respecto a la longitud
total de la flauta. Esto hace que la distribución de las notas dentro de la
escala sea variable, existiendo flautas cuyos sonidos afinan los intervalos
relativamente bien, y otras similares (a veces construidas por el mismo
artesano) que producen varios sonidos ambiguos, ajenos a la escala diatónica teórica.
Este asunto también lo desarrollaremos en el correspondiente apartado.
Las ambigüedades
sonoras se producen a causa de que no existe un modelo estandarizado que permita
construir todos los instrumentos iguales conforme a una plantilla, como sucede
con la dulzaina, la gaita gallega y con el propio txistu. Cada artesano
construye las flautas a su manera, a menudo para su propio uso como tamboritero,
y como máximo para una limitada venta al público en algunas tiendas de música
o en su propia casa y ciertas romerías de modo particular. En este hecho tiene
una gran importancia la individualidad del propio intérprete. La flauta
maragata o leonesa no se toca habitualmente en agrupaciones, ni siquiera en dúos.
El tamboritero se basta a sí mismo para organizar una fiesta, una boda o una
procesión. Ni siquiera necesita un acompañante que le marque el ritmo, pues
con la otra mano toca el tambor. Para realizar con eficacia esta función en el
medio rural tradicional, la flauta maragata no requiere una perfecta afinación.
Así, no hay que tocar en un tono determinado, importando poco si se
trata de un RE subido una comma o bajado ¼ de tono. Tampoco el intérprete
se preocupa mucho por el modo de la canción, alterando frecuentemente la melodía
para adaptarla a la escala de su flauta. Muy pocos artesanos, entre los que
destacan actualmente José Vega, de Santa Colomba de Somoza, y Eduardo Pérez
Vega, de Astorga, construyen algunas de sus
flautas con un modelo de plantilla fija personal.
De todas
estas características se desprende que, aun respondiendo a un modelo básico
general, típico de la provincia de León, cada ejemplar de chifla leonesa o
flauta maragata es único. De la mayor parte de ellas puede decirse que cada una
suena en su tono, y produce su escala propia. Aquí reside el encanto arcaico de
este instrumento, quizá su principal virtud y también su principal problema.
Cada
artesano imprime a las faltas su sello personal y característico. Estas
tres han sido fabricadas por
Pedro Alonso González, de Filiel. Falleció en julio de 2012 a los 99 años.
En estas dos flautas, hechas por Adelino Rodríguez Arias, el que fue famoso tamboritero de Peñalba de Santiago (El Bierzo), se puede apreciar un discreto uso del metal. Una de ellas presenta un refuerzo final, para que no se abra la madera; la otra tiene una anillo que sirve para empalmar las dos partes que la forman. |
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Las flautas de José
Vega Carrera, de Santa Colomba de Somoza, son inconfundibles por su
robustez y su ancha embocadura. |
Eduardo Pérez Vega, de Astorga, ha reforzado esta chifla con asta de vaca en la parte final. Algunas de sus flautas tienen un estilo puro y rústico, como este ejemplar.
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Vigencia actual del instrumento
En la actualidad
son escasos los tamboriteros y los constructores artesanales de flautas
maragatas. Este instrumento leonés tan característico tampoco ha sido muy
divulgado en los medios educativos, por lo que para mucha gente es un gran
desconocido. Solamente en algunas de las comarcas que hemos citado están
familiarizados con él. Hasta hace muy pocos años, todos los mozos cuando
trabajaban de pastores se entretenían en fabricar y tocar las flautas, de modo
que es habitual ver en ferias y fiestas diversas de la Maragatería, como la célebre
Romería de Los Remedios de Luyego, que muchos espontáneos se arrancan a tocar
la flauta y el tamboril con gran maestría. Sin embargo, no abunda la afición
entre los jóvenes actuales. Los tamboriteros se quejan a menudo de que no
tienen aprendices y que la juventud no valora el aprendizaje de la flauta y el
tamboril.
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Desde hace unos
años se ha comenzado a divulgar el aprendizaje de estos instrumentos en
escuelas municipales como la de León y la de Bembibre, y los grupos de
aficionados a la música y baile tradicionales utilizan a menudo la chifla en
sus interpretaciones. Sin embargo, ni siquiera es fácil encontrar hoy día
flautas maragatas en las tiendas de música, y no abundan en el comercio las
grabaciones de música de flauta y tamboril, entre las que podemos destacar las
de los tamboriteros Aquilino Pastor o Maximiliano Arce, por
ejemplo.
La vigencia
actual y la supervivencia en el futuro de este instrumento podría depender de
la puesta en práctica de muchas medidas como la difusión y admiración por la
flauta, el que la toca y el que la construye, el fomento del amor por la cultura
tradicional (tanto del propio pueblo como la de otras regiones y países), la
existencia de más escuelas de flauta y tamboril, cursos o talleres de
construcción de ambos instrumentos, exposición y comercialización de los
mismos, subvención y contratación de músicos para actuaciones y grabaciones,
e interés en el instrumento por parte de los practicantes de otros tipos de música
más o menos afines, como la clásica o la de raíz tradicional. Pero, aparte de
estas y otras posibles medidas urgentes, la supervivencia de la flauta maragata
tiene mucho que ver con la cuestión de las características y posibilidades de
evolución musical del instrumento.
En este tema de
la evolución, existe la posibilidad de encontrar una fuerte controversia,
porque, dependiendo de la mentalidad con que se aborde, caben dos posturas
radicalmente contrapuestas. Por un lado, podemos considerar que, puesto que éste
es un instrumento arcaico y pastoril, que no se toca con partitura sino de oído,
y cuyo aprendizaje suele ser por tradición familiar, ejecutando
fundamentalmente melodías tradicionales, necesita mantener su carácter
individual y no temperado musicalmente, sin someterse a canon de ninguna clase.
Esta posición se fundamenta en el carácter peculiar que tiene el folklore de
cada región y de cada pueblo, tanto en el canto como en el baile o el sonido de
sus instrumentos. Si por unificación de instrumentos y estilos se llegaran a
suprimir las diferencias tradicionales entre unas zonas y otras, se estaría
rompiendo la esencia del folklore y su riqueza más preciada: la diversidad. La
flauta debería mantener la sonoridad de siempre, el estilo interpretativo de
siempre, el repertorio de siempre y tocarse en el mismo ambiente de siempre.
La otra postura
consiste en considerar que un instrumento de origen folklórico no debe
paralizar su propia evolución musical, dado que a través de los tiempos, todos
los utensilios (incluyendo también los instrumentos musicales) están sometidos
a una evolución natural, paralela a la de la sociedad en cuyo seno se han
desarrollado. En el caso de la flauta, nadie pone en duda que hasta llegar al
modelo actual también ha evolucionado (por ejemplo, con la aparición del
aeroducto en forma de pico donde antes podía haber una simple escotadura, el
desplazamiento de uno de los agujeros a la parte posterior para permitir su
manejo con una sola mano, los cambios en la longitud del instrumento y su
morfología en las diferentes regiones, etc.). Por eso, el instrumento debería
seguir evolucionando, aunque ello exija una actualización en aspectos como su
construcción o la técnica interpretativa. Esta es la mentalidad que ha
conducido a instrumentos totalmente cromáticos como son hoy día el txistu
vasco, o la actual dulzaina de llaves. Muy pocos se atreverían a
negar el valor y la representatividad de estos instrumentos en la música
tradicional. Ambas posturas son válidas,
y muy interesantes, pero difícilmente compatibles. Y sin embargo, se pueden
combinar los valores positivos de cada una de ellas para conseguir la mayor
dignificación de nuestro querido instrumento.
Si nos limitamos
a su utilización en el mundo de la cultura rural tradicional, la chifla no
precisa normalización de tono, porque no va a tocar con otras flautas; no
necesita temperamento porque no va a llevar ningún acompañamiento armónico; y
la afinación que necesita es muy rudimentaria, importándole poco si los
intervalos melódicos son más o menos perfectos. Teniendo presentes estos
hechos, debemos reconocer que en el momento actual, las características de la
flauta maragata y las necesidades del instrumento en el folklore no demandan una
evolución tan drástica como la que se ha producido en el txistu, pero tampoco
se beneficiarían de un inmovilismo totalmente cerrado. Nos gusta la flauta tal
como es, pero al mismo tiempo valoramos que suene bien, que afine correctamente.
Para ello no hacen falta muchos cambios. Sólo sería necesario cuidar con
esmero el proceso de afinación de la flauta, tanto en el momento de su
construcción artesanal, como en el de la interpretación musical. Si se
consigue un mayor acercamiento de las notas emitidas por la flauta a los de la
actual escala musical temperada, este instrumento adquiriría la capacidad de
poder tocar en grupo o junto a instrumentos de otros tipos sin desafinar. Por
ello, se vería favorecida la posibilidad de poner en marcha o potenciar las
escuelas de flauta y tamboril, contribuyendo a la propia educación musical de
los aprendices de este instrumento y poniéndolo mucho más al alcance de los
aficionados y profesionales de la música, incluidos los compositores actuales.
Ninguna de estas
mejoras afectaría negativamente a las características ancestrales de la
flauta, a su típica sonoridad, a su tesitura, a su técnica básica de ejecución,
a la individualidad de cada flauta... En pocas palabras, es compatible hasta
cierto punto la conservación de todas estas características de la flauta
maragata y su funcionalidad en el campo de la cultura tradicional con la afinación
y el temperamento musical modernos. La flauta no rehúye la afinación actual. De
hecho ya existen flautas maragatas que presentan una afinación muy aceptable
desde el punto de vista musical, y no por ello han perdido su carácter arcaico
y peculiar.
Por otra
parte, la afinación no supone forzosamente una uniformidad. Pueden seguir
existiendo flautas de diferentes tamaños que tocarían correctamente en
distintos tonos. Incluso, aunque dos flautas afinen igual, no suenan igual,
tienen más o menos suavidad o dureza, suenan con mayor o menor fuerza, son más
ligeras o pesadas... Y finalmente, el toque personal es fundamental. Quien va a
hacer sonar la flauta a su aire es el tamboritero, con su estilo propio e
inimitable de ligados, adornos y floreos. La flauta maragata se toca de una
forma instintiva, sin atenerse a una partitura, respondiendo al ánimo del intérprete,
a su saber y a su experiencia.